Prosar



Les comparto "El Capitán", un trabajo de mi autoría que obtuvo mención honrosa en el Concurso de Cuentos al que invitó SOCOVESA en el contexto de la conmemoración del terremoto de 1960, ocurrido en Valdivia y gran parte del sur de Chile y que se recuerda como uno de los mayores de la historia.




“El Capitán”


-¡Angelito despierta que el tiñoso se está rascando la cola y nos puede malograr! Vístete, anda donde tus padres y diles que estén prevenidos porque, si la tierra sigue bailando, se puede salir el río y vamos a tener que salir pegando pal cerro.
-¡No puedo! Se cortó la luz y apenas puedo mantenerme en pie -respondió la voz de un niño en medio de la oscuridad-. Danilo un hombre de cabello blanco, a quien sus vecinos de la calle Miraflores conocían también como “El Capitán”, a tientas, se puso los pantalones y calzó sus zapatos. La tierra seguía moviéndose y la casa crujía con cada remezón. Salió a la calle y se fue rumbo al río. El Hombre caminaba con su espalda curvada como si cargara un peso invisible. A medida que avanzaba el temblor iba disminuyendo de intensidad.
-¿Ey Capitán, viene del río? Preguntó un hombre al ver pasar a Danilo.
-¡Sí -respondió “El Capitán”- de allá mismo vengo!
-¿Y cómo está? Inquirió de nuevo el hombre.
-¡Tranquilo, como una taza de leche! Aseguró Danilo.
-En la radio están diciendo que el terremoto fue pal norte y sabe qué más están diciendo –agregó el hombre-. ¿Qué están diciendo? Preguntó “El Capitán”.
¡Dicen que la mar se tragó a Talcahuano!
¡Entonces, esta vez, la sacamos barata! Pensó “El Capitán” mientras continuaba su camino de regreso a casa.  

El falucho, arrastrado por un remolcador, se apegó suavemente a “La Muñeca” como conocían los vecinos de Miraflores al muelle ubicado al final de su calle. Don Peña, el hombre que atrincaba la embarcación a los pilares, le hizo un gesto a un niño que miraba ensimismado la faena y le gritó: ¡Ey, Capitán! Sube que quiero que me hagai una gauchá. El niño, flaco y alto como un palillo, brincó ágilmente desde el muelle a la nave. El hombre se perdió entre la madera y reapareció con dos enormes peces amarrados a un alambre. Con satisfacción los levantó y dijo:
-¡Quiero que se los lleves a la patrona y dile que los prepare para la cena! “El Capitán” los cogió y de un nuevo salto estuvo otra vez sobre el muelle y antes que partiera el hombre le gritó:
¡Danilo, si vienes a ayudarme a descargar, te invito a comer los pescaditos! Los ojos del niño se iluminaron y partió corriendo con dirección al fondo de la calle que terminaba en tres portones de madera; dos grandes -para animales, tractores y esas cosas- y otro pequeño para la gente. “Las Trancas”, como los llamaban los vecinos del barrio, daban la entrada al fundo Huachocopihue. Don Peña era un hombre enorme, de anchas espaldas, de grandes y venosas manos que movían las gruesas sogas como sin fueran hilos, manejándolas con destreza. Estaba en estas tareas cuando el niño, jadeante, regresó de su encargo.
-¿Cómo te fue? Preguntó el hombre.
-¡Bien! Respondió el niño –y agregó- dice su iñora que cuando se vaya pa’ la casa pase comprar aceite pa' cocinar los pecaditos.
-¡Ya poh gancho –respondió el hombre- si la jefa manda así nomas será!
El niño trepó de nuevo a la nave y preguntó:
-¿Cuál madera va a descargar don Peña?
-¡El Alerce, amigazo! Es para la casa que los patrones están construyendo en el fundo -respondió el hombre-. Mientras descargaban, don Peña preguntó al niño:
-¿Y cómo te baila la cueca poh gancho?
El niño sonrió y dijo:
¡Bien me baila poh, ayer fui a la naviera!
-¿Y a qué? Preguntó don Peña.
-¡Pa' hablar con don Carlos poh! Respondió el niño.
-Tú lo único que quieres es que el patrón te embarque -dijo el hombre sonriendo picaronamente-.
-¡Claro poh! Algún día seré capitán igualito que usté’ -respondió convencido el niño-.
-¿Y don Carlos qué te dice? Preguntó don Peña.
-¡Na’ poh! Contestó el niño. Se ríe, me toca la cabeza, me regüelve las mechas y me dice que con paciencia se llega al cielo pero yo –agregó el niño- como que no entiendo mucho lo que me quiere decir el veterano. Terminada la faena don Peña dijo: ¡Ya socio, estamos listos! Vamos pegando para la casa y, de pasadita, pasamos por el boliche de don Ñico para comprar el aceite que encargó la jefa. ¡Ah! Y no te olvides que estás invitado a la cena con pescaditos.
"El Capitán", ya en su casa, se afanó en entrar leña picada para la cocina de su madre. Estaba en eso cuando ésta le recordó que debía ir a la casa de don Peña. Danilo le contó de los libros y las revistas que le prestaba su amigo, del chocolate caliente que le convidaba la señora de don Peña cuando los visitaba y, entusiasmado, le habló también de los pescaditos. Su madre, como muchas otras veces, le dijo:
-¡Tú debes tener alma de gato, tanto que te gustan los pescados!
El niño, también como muchas otras veces, respondió que era normal que a los hombres de mar y aventureros como él les gustaran los pescados, los barcos y los viajes.
La mujer sonrió, como cada vez que su hijo le hablaba así y le dijo:
-¿Hombre de mar? ¡Marinero de agua dulce diría yo!
-No importa –pensó el niño- como dice don Peña ¡Ya crecerá el Membrillo y botará el pelillo! Y sí capitán quiero ser ¡Capitán seré! Por ahora me esperan las revistas, los pescaditos y el chocolate de la iñora de don Peña.
-¿Cómo estuvieron los salmoncitos gancho? Preguntó don Peña cuando vio limpio el plato del niño.
-¡Ricos poh! Si usté’ sabe que me gustan mucho. Respondió Danilo.
-¡Ah! Antes que se me olvide -dijo don Peña- el domingo que viene quiero que me ayudes a traer desde el muelle un corderito que me agencie para mi cumpleaños y, cuando llegues a tu casa, dile a tu padre si es que el lunes, después de la pega, puede venir a darme una manito pa’ carnear el bicho.
-¿Y usted no lo puede matar solo? Preguntó el niño.
-No poh gancho –respondió el hombre-  si los ñachecitos conversados son más sabrosos y también tengo algo que hablar con tu padre.
¿Y de qué le quiere hablar? Preguntó “El Capitán”.
-¡Menos pregunta Dios y perdona! Respondió don Peña sonriendo mientras miraba de reojo a su joven amigo.
Como siempre el río estaba lleno de vida y movimiento. Un tibio sol acompañaba a esa tarde de mayo. "El Capitán", sentado en el muelle, mataba el tiempo pescando. Al Poco rato llegó el falucho de don Peña, eran cerca de las 3 de la tarde. Apenas se allegó al muelle, de un salto, Danilo estuvo sobre las maderas que cargaba la nave. Saludó a su amigo y preguntó:
¿Y… trajo el bicharraco lanudo pa’ su cumpleaños?
-¡Por supuesto poh gancho! Respondió el hombre. Lueguito lo bajamos, por ahora ayúdame a soltar amarras. Hombre y niño estaban en esos afanes cuando los perros iniciaron un concierto de lastimeros aullidos y, a la par de los aullidos, se escuchó un ruido ronco y seco que parecía venir del centro de la tierra.
-¡Alguien va a morir o el jefe de arriba está moviendo los muebles! Dijo don Peña.
-¡O el tiñoso de abajo se está rascando la cola! Replicó el niño. De pronto el muelle, el agua y el falucho empezaron a mecerse, primero con movimientos suaves y después con vaivenes largos y tendidos.
-¡Está temblando gancho! Dijo don Peña.
-¡Que va estar temblando -respondió “El Capitán”- si el muelle se queja de puro viejo que está!
El niño no había terminado de hablar cuando se inició un enorme estremecimiento que, ferozmente, lo sacudía todo. Don Peña y "El Capitán" trataron de mantenerse de pie… fue imposible. El falucho y su pesada carga saltaron contra el muelle rompiendo sus pilares como si fueran palos de fósforos. El agua del río se agitaba, violenta y desordenadamente, en todas direcciones como si estuviera hirviendo.
Don Peña y “El Capitán”, tendidos sobre la madera, trataban de aferrarse a lo que fuera. Sintieron otro violento empujón y el falucho brincó esta vez hacia el centro del río y se escoró. El hombre salió disparado y cayó al agua tratando de mirar dónde estaba el niño, pero no vio nada. Llenó sus pulmones de aire por si se hundía y, como una maquina impulsada por sus enormes brazos y piernas, se puso en movimiento buscando la orilla. Se aferró como pudo a uno de los pilares del muelle cortado de cuajo, a ras de agua, por el brutal golpe del falucho. Don Peña no podía creer lo que veía. Lo que quedaba del muelle subía y bajaba azotado por una fuerza feroz e invisible. Lo mismo sucedía con la calle y las casas. Éstas bailaban como si la tierra se hubiera transformado en un furioso mar sacudido por las olas. Miró de nuevo hacia el centro del río y vio a "El Capitán" colgando apenas del costado del falucho que se mecía hacia todos lados por la violencia del remezón que no terminaba nunca. La nave se estremeció de nuevo, el niño saltó lejos y una enorme pieza de madera le cayó sobre la espalda haciéndolo desaparecer bajo el agua.
Don Peña se persignó y dijo: ¡Nombre sea Dios! Se soltó del pilar al que estaba aferrado y nadó enérgicamente hacia donde se había hundido Danilo, tras unos cuantos manotazos llegó. El niño estaba inconsciente y flotando cruzado sobre el madero que lo había golpeado. En su espalda se veía una enorme herida y su cabeza, semi hundida en el agua, flotaba grotescamente.
-¡Madre santísima que no esté muerto! Pensó don Peña. Rápidamente cogió los cabellos del niño y mantuvo su cabeza fuera del agua, "El Capitán" no respiraba. El hombre lo acomodó bajo uno de sus enormes brazos y,  manoteando y pataleando, buscó de nuevo la orilla. Resoplando, como una locomotora, don Peña sacó a su amigo del río y lo puso sobre la calle. La pesadilla parecía no tener fin, la tierra seguía bailando. Ubicó al niño boca abajo, se persignó de nuevo y otra vez dijo: ¡Nombre sea Dios! Puso sus enormes manos sobre la espalda del "Capitán" y apretó con energía repetidamente. El niño, de pronto, retomó la respiración arrojando una bocanada de líquido rojizo mezcla de agua y sangre. Un suave quejido le avisó a don Peña que su amigo seguía vivo.
-¡Gracias a Dios! Dijo el hombre. Cargó al niño en brazos y enfiló calle adentro luchando por no caerse por el constante bamboleo de la tierra. No habían pasado ni cuatro minutos y todo era un desastre. Ya no había muelle y el Islote que se ubicaba en medio del río, como empujado hacia abajo por un mano invisible, se había hundido casi hasta desaparecer. Las casas rivereñas estaban todas metidas en el agua y otras flotaban río abajo con apenas el techo a la vista. El río, como si hubiera cobrado vida, se agitaba violentamente partido en dos corrientes. Mientras unas aguas subían, las otras bajaban.
-¡Si esto sigue así, se acaba el mundo! Pensó don Peña mientras caminaba con “El Capitán" a cuestas, éste respiraba dificultosamente y con un ruido seco en el pecho. Poco a poco el estremecimiento comenzaba a decrecer. A medida que avanzaba don Peña veía a sus vecinos, hombres y mujeres, arrodillados en el centro de la calle rezando. Otros, sentados sobre los adoquines, abrazaban a sus hijos pequeños y, con el rostro desencajado, miraban hacía todos lados como buscado la fuerza invisible que los zamarreaba. Nadie había podido mantenerse en pie. La gran mayoría de las casas estaban en el suelo y otras chistosamente inclinadas a punto de caer. A mitad de camino hacia su casa don Peña se encontró con el padre de "El Capitán" que corría hacia el río. Los hombres no cruzaron palabras. El padre recibió a su hijo y, con él en brazos, se sentó en la calle, acarició sus cabellos y se puso a llorar. Don Peña, dijo al hombre:
¡Aguántese aquí un ratito vecino, voy a la casa a buscar el cacharro para llevarlo al hospital! Y, para conformar al acongojado hombre, dijo: “El Capitán" está bien criadito se ve flaco pero es firme, como un palito de Luma, como él mismo dice. Lo saqué prácticamente muerto del agua pero aguantó y ya en tierra resolló de nuevo. En el hospital seguro que lo curan.
-¡Ojalá que el hospital no se haiga venío guarda abajo igual que las casas! Respondió el padre del niño.
-¡Ni Dios lo permita! Respondió don Peña. Cuando llegaron al hospital éste se mantenía en pie, pero seriamente dañado. El caos era total. Apenas bajaron al niño del auto una enfermera, acompañada del padre de Danilo, lo subió a una camilla y se lo llevó.
De regreso, tras dejar a Danilo y a su padre en el hospital, don Peña pasó a la naviera para hablar con su jefe. Don Carlos sabía a lo que pasaba su amigo y empleado; a saber de “El Canelo” otra de las naves de su flota que navegaba capitaneada por capitán Ulloa, compadre de don Peña. Al verlo aparecer don Carlos le dijo:
-¡Del "Canelo" no se sabe nada don Peña! En realidad –agregó apesadumbrado- no se sabe nada de nada. Pero hay que estar preparado para lo peor… ¡Dicen que la mar se tragó a Corral!

“El Capitán”, que leía sentado en el muelle, cerró el libro y pensó: ¡Mañana voy a invitar a Angelito para que vayamos a ver la Noche Valdiviana! Ángel era el sobrino regalón y gran amigo de Danilo, compartían pieza en la casa familiar, también largas conversaciones y tardes de pesca a orillas del río o algunas salidas a Curiñanco cuando “El Peña chico” los invitaba a pescar Corvinas.
Frente al muelle “La Muñeca” arrimado al Islote Haverbeck, medio oculto entre las totoras, se divisaba la figura de lo que en algún tiempo fue una nave. Estaba con sus cuadernas corroídas apuntando al cielo, como un enorme pez que se había muerto panza arriba y al cual le quedaban sólo el espinazo y las costillas.

-¡Capaz que el espíritu del finao don Peña, de vez en cuando, venga a ver su falucho que todavía sigue dando guerra! Pensó Danilo. “El Capitán” acomodó sus blancos cabellos desordenados por la brisa y se levantó trabajosamente, puso el libro que leía bajo su brazo y se encaminó hacia el fondo de la calle. Caminaba con su espalda curvada como si cargara un peso invisible.
Fin.