martes, 21 de agosto de 2012


Ese… tufillo a dictadura.

No hay peor democracia que una falsa,
y no hay mejor dictadura que una disfrazada…
de democracia.

Un insoportable tufillo a dictadura es lo que se percibe en el aire en esto días en Chile. Y se hace intolerable porque violenta la conciencia y la memoria de miles de chilenos. No basta que en un país se hagan elecciones cada cierto tiempo para sacar patente de país democrático.

No, no basta con eso.

Hace falta también que el gobierno de turno, por incompetente que sea, no recurra a arteras  e irritantes  fórmulas dictatoriales para relacionarse con la ciudadanía y, en este Chile de 2012, estamos asistiendo a una sibilina y despotiquilla manera de gobernar que tiene ese tufillo dictatorial que, a lo menos irrita, como el gas que usa a discreción la policía que parece haber estado contenida y ávida de desplegar todos estos afanes represivos.

Cuando la únicas respuestas de un gobierno a las quejas ciudadanas son criminalizar esas demandas, y a los legítimos movimientos que las sostienen y empujan y, además, tratar de imponer una lógica de estado policiaco, resulta inevitable preguntarse de qué tipo de  democracia estamos hablando.

Fuerzas especiales de Carabineros en patio del Instituto Nacional
Vale preguntarse lo anterior cuando los colegios, de la noche a la mañana, se transforman en recintos sitiados con buses de la policía anti motines aparcados en sus patios. ¿Así pretende dialogar el actual gobierno, así respeta la libertad de expresión, de desplazamiento, y más fundamental aún, así respeta la libertad de pensamiento?





¿Que viene después? ¿Un policía en cada aula, para identificar y apresar al disidente?

Ya casi ni viene al caso referirse a la tozudez del gobernante y la invalidez ideológica que le aqueja, la cual no sólo le impide hacer los cambios que la sociedad demanda sino que también, esa discapacidad, es su justificante para hacer exactamente lo contrario a lo que se le pide.

La ciudadanía se manifiesta y… se le criminaliza y reprime.

La lógica militar es inaceptable en una sociedad libre y democrática. Pero, esa lógica se entiende cuando el gobierno de turno, ideológica y políticamente y lo que es más grave aún, cuando en su relación diaria con la ciudadanía, está más cerca de una dictadura que de una democracia.

Niñas escolares, acusando vejámenes sexuales al ser detenidas, porque obligar bajo amenaza a una niña en un calabozo para que se despoje de sus ropas es un abuso indiscutible algo que en realidad es demasiado cercano a la tortura  y, mientras no se demuestre lo contrario, la sola mención del hecho parece repulsivo.

Resulta peligrosísimo constatar que sus propios colegas carabineros debieron intervenir para que una mujer policía dejara de golpear a una estudiante ¿Porqué tanta saña y qué habría pasado si la golpiza seguía?  

¿Casualidad o procedimiento premeditado?



Y lo peor es que estas denuncias de abusos no son incidentales ni aisladas. La repetición de ellas, en varias partes de Chile, da a lo menos para pensar que se trata de un modo de actuar. 

Un estudiante detenido a las afueras de su colegio por civiles, en un procedimiento absolutamente irregular, la invasión policiaca de un colegio emblemático, actos oficiales en donde el gobernante aparece penosamente huérfano de apoyo y compañía, porque la policía se ha encargado de acordonarlo y aislarlo de la ciudadanía la cual, lejos de allí, reclama por la militarización de sus calles y sus ceremonias. 

Estudiante del Liceo Amunátegui detenido por civiles.
Entonces, francamente, ese tufillo dictatorial va siendo derechamente… una fetidez.