domingo, 6 de enero de 2013


Inteligencia residual.

Poco, como para resolver un conflicto complejo.





Otras dos personas muertas, de un modo horrible, que se suman a otras víctimas del conflicto, es la peor forma de que una sociedad fije su mirada en una contradicción violenta que lleva siglos. La primera pregunta sería qué hacer para que la violencia no siga escalando.

La respuesta no es simple.

Puede haber muchas maneras de aproximarse al tema como para tratar de entenderlo. La más simplista parece ser, para ambos bandos en pugna, oponer violencia a la violencia porque el resultado inevitable de ello será más violencia y eso es precisamente lo que nadie quiere. Y lo primero debería ser que la Nación Chilena reconozca que tiene entre manos un conflicto profundo; una violenta contradicción con la Nación Mapuche.

Esa es la raíz del vehemente conflicto: dos naciones que comparten y disputan territorios.

Ante estas situaciones lo que menos se necesitan son cabezas calientes y gatillos rápidos, a simple vista lo que se requiere es cordura para dar paso al dialogo y a la paz para todos; y el primer responsable de dar esas señas de racionalidad y asertividad es quien encabeza a la sociedad: el gobierno.

Pero parece que éste no está a la altura.

Parece que al gobierno, o a algunos de sus integrantes, le gustan los juegos de guerra. Lo malo es que ellos no son los que están en la primera línea de fuego y quienes sufren las consecuencias de la violencia son otros y no ellos que están cómodamente guarnecidos en sus oficinas
.
En medio de la conmoción por el doble asesinato el gobierno entró en un frenesí propagandero y facilista; repetir un concepto que no por repetirlo, casi con histeria, se vuelve real pero que sí es funcional a su incapacidad de resolver un conflicto que va muchos más allá de ser un tema de terrorismo.

En medio de este arrebato resultan muy valiosas la postura y las palabras del Presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio  (CPC), Lorenzo Constans, quien hizo un llamado a lo único que engendra paz; la conversación y el dialogo: "Queremos reunirnos con las más altas autoridades, con todos los estamentos sociales para buscar una solución de carácter permanente, con visión de futuro. Llamamos a todos los actores sociales a encontrar una solución a través de una mesa de trabajo que sea integral e inclusiva".

Éste parece ser el camino.

No estamos enfrentados a un fenómeno terrorista, eso es lo que al gobierno le acomodaría para justificar los escasos recursos de inteligencia política –y no de inteligencia residual militar- de la que quiere echar mano para enfrentar la situación. Estamos, como Nación, desafiados hace siglos a resolver pacífica y humanitariamente un conflicto histórico, jurídico, cultural y social.

Por cierto el actual gobierno no está sólo en la discapacidad de resolver el tema, en realidad, responde a lo que ha sido la actitud histórica de la clase política chilena que no ha sido capaz o, simplemente, no le ha interesado resolver el conflicto. La clases política chilena, es la gran responsable porque, teniendo los medios, el poder y la responsabilidad de resolver la contradicción, no lo han hecho haciéndose de alguna manera cómplices de la violencia y su secuela de muerte.

Tampoco es muestra de racionalidad o cordura dejarse llevar por la emocionalidad y tratar de dividir a la sociedad entre buenos y malos y pretender que todos se sumen al frenesí. El fácil recurso de decir que si no estás conmigo estás en mi contra, es una añeja fórmula de totalitarismo y pereza mental. Hay que forzar un poquito más las neuronas para que todos hagamos fuerza en la búsqueda de una salida pacífica a la contradicción.

No basta con gritar ¡Terrorismo, terrorismo!, para justificar el aumento de la militarización de un conflicto que se resuelve de otra manera. Resultaría lógico que sea la razón y la inteligencia la que prime a la hora de ponerse a trabajar para, de verdad, hacer frente a la situación.

Reaccionar con la cabeza caliente, los gatillos rápidos o la inteligencia residual parece poco para resolver un conflicto que, por su complejidad, merece mejores respuestas.