jueves, 11 de septiembre de 2014

La noche de los desgarros


Era más o menos pasada la medianoche del 12 de septiembre del año aciago. El ronco motor de un vehículo que se detuvo frente a mi casa llamó mi atención, disimuladamente, miré por una rendija de mi ventana. Era militares que, fusiles en ristre, se apeaba de un camión verde oliva y nariz chata. Algunos de ellos abrieron el portón de mi casa y entraron a nuestro patio a la carrera. Unos minutos después se oyeron gritos, golpes y lamentos… Muchos y desgarradores lamentos. Mi corazón se revoluciona y mi respiración está a mil. Hoy, a más de 40 años del acontecimiento el recuerdo del pánico de mis 13 años se mantiene tal cual esa noche de brutalidad.

Mi padre y madre se despiertan, mis hermanos también pero nadie dice nada, sólo escuchamos las órdenes perentorias del militar que mandaba el piquete. ¡Revisen todo y saquen a todos los huevones de sus camas! La casa visitada era la de nuestra vecina -la señora Violeta- y su pecado fue dar pensión a estudiantes de la ex UTE (Universidad Técnica del Estado), hoy Facultad de Ciencias de la Ingeniería, Campus Miraflores de la UACh, que se ubicaba a unos metros de nuestra calle.
Al otro día los comentarios y el comidillo eran abundantes. ¿Se los llevaron a todos? Sí, a todos. Dicen que andaba el “Che”, el hijo de la señora Toya, indicando dónde buscar y dicen que era el que más pateaba a los pobres. ¡Que desgraciado y pensar que la señora Violeta lo recibía en su casa como si fuera su hijo! Pobrecitos, se los llevaron encadenados como animales. Al Flaco y a don Armando casi les disparan.

Después de ese día, el "Che" nunca más se apareció por el barrio.

Era verdad; se los llevaron a todos encadenados de pies y manos, desnudos en puros calzoncillos y los subieron al camión a punta de culatazos. Esa imagen la recuerdo como si hubiera pasado hace sólo unos minutos.

Los gritos y lamentos eran aterradores. Al otro día un amigo que vivía frente a mi casa y que también uso la rendija de una ventana de su segundo piso me contó. “Los tenían a todos en el living tendidos boca abajo y con los brazos estirados, a gritos les preguntaban cosas, los pateaban y le daban con las culatas de los fusiles en las manos contra el piso, ahí era cuando más gritaban los pobres”. ¿Y de verdad que andaba el “Che”? No sé si era él pero, andaba un weon de civil con abrigo negro largo y boina, era el que indicaba todo, se notaba que conocía la casa pero, no sé si era el “Che”, a lo mejor, a eso se refería la señora Violeta cuando decía que: “A ese no lo parieron sino que lo cagaron”.
A esas alturas de la noche ya todos estaban despiertos en sus casas, algunos encendieron las luces y otros se mantuvieron a oscuras y en silencio como nosotros. Ante los gritos desgarradores de los estudiantes maltratados, dos de mis vecinos no se resistieron y valientemente salieron a la calle a increpar a los abusadores.
¡Weones de mierda qué chucha les pasa, dejen a los cabros tranquilos! El “Flaco Ríos” apenas alcanzó a andar unos metros desde su casa cuando uno de los milicos, que estaba en la calle custodiando el camión, le apuntó y le sentenció: ¡Cállate mierda y metete a tu casa si no quieres que te balee aquí mismo! Don Armando, otro vecino, pastor evangélico de envergadura respetable, se asomó a la calle desde su portón para también tratar de detener el abuso, no alcanzó a llegar más que un par de metros fuera de su cerco. El mismo milico prácticamente le puso el fusil en el pecho y le conminó a regresar a su casa. No recuerdo lo que dijo Don Armando pero sí recuerdo que fue la única vez que le escuché decir palabras que no eran de predicador.

¿Oye y es verdad que uno de los cabros alcanzó a arrancar? Parece que sí, dicen que salió para atrás del patio y se metió a la vega y que ahora la señora Violeta lo tiene guardado en el altillo de la casa. No me consta pero dicen que el desdichado estuvo allí por meses hasta que nunca más se habló de él. Años después el rumor indicaba que se había salvado y que estaba viviendo en Holanda.

No recuerdo si dormí esa noche, lo que sí recuerdo es el pánico de escuchar el corretear de los milicos entrando al patio de mi casa, recuerdo los golpes, los gritos y los lamentos desgarradores…


El temor, como todo, pasa pero no se olvida, igual que la silenciosa rabia y rebeldía sobre la cual se construyen también las convicciones más profundas.